Proyección a Marte
por Julia Muñoz
A.N. Whitehead, un filósofo del siglo XX, alguna vez dijo que la tradición filosófica europea podía entenderse como una serie de notas a pie de página sobre Platón. En otras palabras, que mucho de lo que hemos hecho a lo largo de la historia de la filosofía es, tan sólo, pensar una y otra vez las tesis platónicas. Más allá de si esta lectura de la filosofía occidental es cierta o no, es una frase que me permite explicar lo que quiero hacer en las siguientes líneas. Para esta reflexión sobre Marte, quisiera tan solo escribir una nota a pie de página que siga reflexionando sobre lo que ya dijo uno de los grandes: Carl Sagan.
En el libro de Cosmos, en el capítulo dedicado a Marte, Sagan escribe que el planeta rojo ha sido para nosotros una especie de arena mítica en la que proyectamos nuestros mayores miedos, y también nuestras mayores esperanzas. Tomando esta afirmación como punto de partida, podemos decir que, para comenzar a pensar sobre Marte, debemos primero pensarnos a nosotros mismos y lo que proyectamos en él.
Un primer punto podría ser que hemos puesto nuestra esperanza de no estar solos en el universo en el planeta rojo. Desde que Schiaparelli bautizara con el nombre de “canales” aquellas líneas que podía observar en la superficie, comenzamos a preguntarnos qué tipo de vida inteligente podría haberlos diseñado, cómo vivirían los habitantes de Marte, o qué tanto se parecerían a nosotros. Este deseo por conectar con una civilización distinta a la nuestra es una forma de querer sentirnos conectados al universo. La conciencia de nuestra soledad nos llevaba a buscar en Marte algo que diera pie a una sensación de compañía, de conexión, de pertenecer a algo que es más grande que nosotros.
Sin embargo, esta primera proyección, es decir, el deseo de no estar solos pronto se convirtió en uno de nuestros mayores miedos. ¿Qué pasaría si los marcianos no son nuestros compañeros en el universo, sino nuestros rivales? Basta con pensar en La Guerra de los Mundos de H.G. Wells, y el pánico que generaría Orson Welles con sus transmisiones radiofónicas sobre una invasión alienígena. Esta amenaza es una segunda proyección. Así como los seres humanos tenemos el anhelo por relacionarnos con nuestro entorno, lo cierto es que también podemos ser radicalmente destructivos. No sólo proyectamos nuestras mejores esperanzas, también hemos puesto en Marte y en sus supuestos habitantes nuestros peores miedos: que ellos sean tan agresivos como nosotros.
Gran parte de las discusiones sobre Marte giran en torno a estas dos proyecciones, aunque ahora mediadas por ideas propias de nuestra época como el cambio climático, un “Apocalipsis ecológico”, y la esperanza de poder empezar de nuevo en otro planeta. Nuestro anhelo ya no adopta la forma de una conexión con los marcianos, sino con la posibilidad de pensar en una “segunda oportunidad” para una humanidad que no ha sabido cuidar de su hogar. Pensamos ahora en Marte como ese lugar que podríamos terraformar, adaptar a nuestro gusto y necesidad. Pero esto también es una manera de proyectar una posibilidad moral, la de creer que en otro planeta sí seremos capaces de crear una sociedad que coopere por un bien común. Creemos que la adversidad del planeta rojo nos obligará a conformar grupos que puedan ayudarse por su propia supervivencia. Pero ¿no tenemos suficiente experiencia aquí en la Tierra como para mostrar que esta suposición es falsa o por lo menos ingenua? ¿no es verdad que en este planeta no hemos logrado acuerdos para que no sólo nosotros, sino todos los ecosistemas conocidos, sobrevivan? ¿Por qué en Marte tendría que ser distinto si nosotros somos los mismos?
De la misma forma que el primer par de proyecciones mencionadas anteriormente, esta proyección de una “segunda oportunidad” en Marte significa también la proyección de un miedo, a saber: la de que seremos incapaces de responsabilizarnos por todo el daño que hemos causado en la Tierra. La fantasía de escapar a Marte tiene algo también de renuncia: renunciamos a creer que seamos capaces de hacer algo por la dramática situación ecológica en la que nos encontramos.
Pero quisiera finalizar proponiendo que, tal vez, deberíamos fijarnos más en todo lo que hemos proyectado en Marte en años recientes. No para dejar de soñar con él, sino para hacernos merecedores de todos esos sueños que han motivado a generaciones a seguir investigando para aumentar nuestro conocimiento del cosmos.
Si queremos verlo así, podríamos pensar en la Tierra como el propedéutico que tendríamos que aprobar para poder crear la posibilidad de vivir en Marte. Un propedéutico que, por cierto, estamos reprobando. Podemos dejar de pensar en el planeta rojo como una segunda oportunidad, como un nuevo espacio para nuestros daños incalculables; y en su lugar, verlo como el siguiente paso en un proyecto de exploración espacial que asuma sus respectivos compromisos morales en nuestra relación con el universo.
Julia Muñoz
Es alumna del doctorado en filosofía en la UNAM. Sus intereses principales son el cine, la literatura, la filosofía, y los Simpsons. Es colaboradora en el Instituto de Filosofía y Cultura, INFIC; y participa en el podcast CineAutopsias.